sábado, 30 de mayo de 2009

CUATRO PIEZAS DE UN PANORAMA VITAL: LECTURAS DE TEATRO CUBANO EN SAO PAULO


Culminó el pasado miércoles 27 de mayo, en la SESC-SP de la avenida Paulista, en Sao Paulo, Brasil, el ciclo Nuevos Caminos de la dramaturgia Cubana que contó con la lectura de cuatro obras de igual número de dramaturgos de la Isla. El Baile, de Abelardo Estorino; Tres tazas de trigo, de Salvador Lemis; La violación, de Reinaldo Montero; y Huevos, de Ulises Rodríguez Febles, fueron las piezas seleccionadas. Los directores brasileños Ariela Godman, Mauricio Paroni de Castro, Mario Bortolotto, y Pedro Pires tuvieron a su cargo, respectivamente, la puesta en voz de los textos especialmente traducidos al portugués para el ciclo. Además la Compañía Teatral Os Satyros presentó Liz, obra original de Montero con puesta en escena de Rodolfo García Vázquez, la cual pudo ser vista en Cuba el pasado año y se alzó con el Premio Villanueva de la Crítica.
A continuación publico las notas que escribí, a solicitud de Reinaldo Montero y de Rodolfo García Vázquez, para los sueltos que acompañaron la lectura de las obras en Sao Paulo.


EL SENTIDO DE LA VIDA
El baile (2000), de Abelardo Estorino, es una obra que se arma a sí misma, sus personajes escogen sus nombres y con ello también un modo peculiar de narrar sus vidas. La soledad, la nostalgia por determinados sucesos y el poder evocador de los objetos, obligan a encauzar una y otra vez una fábula que escapa. El autor hace confluir pasado y presente en un mismo escenario. Tras los raidos telones, su voz se oculta y da paso a la propia voz de Nina, una anciana que surge a pasos lentos, como atrapada en una rutinaria cadena de acciones que conducen irremediablemente al doloroso acto de recordar.
La necesidad de seguir viviendo obliga a la protagonista a repensar su existencia toda al calor de una jugosa oferta económica. La anciana tiene la posibilidad de vender una joya que es la más entrañable de sus posesiones. Mientras toma una decisión, hace cartas a sus hijos, habla con las plantas y con los fantasmas, impide que primos y sobrinos invadan un espacio que es sólo suyo. Acaso ella misma es un fantasma, acaso no hay collar, ni venta posible, acaso sólo queda el abandono, el olvido sobre el que pesan antiguos sueños, “la huella –quemante-- de algo perdido”. La obra de Abelardo Estorino --quien es, sin duda, el más importante dramaturgo cubano vivo-- se distingue hoy por la peculiar mirada del autor a dos universos concurrentes. El teatro y la vida misma son espacios que se entrecruzan y se retan mutuamente para crear situaciones extrañadas que nos obligan a ir más allá de la superficie. El Baile es un texto que juega y dialoga consigo mismo para componer un particular punto de vista en torno al individuo y la utopía, desde ese centro se abren nuevos tópicos entre los cuales sobresale el de la familia dividida. No obstante, la pieza va mucho más allá de la posibilidad-imposibilidad del reencuentro. Su estructura abierta propone múltiples fugas y aristas. Los personajes parecen moverse con absoluta libertad, como en un verdadero baile, en el que tienen lugar cruces y encuentros que van describiendo algo que podríamos llamar quizás: el sentido de la vida.

OTRO CUENTO DE ZOOLÓGICO
El debate generacional al interior de la familia es sin duda uno de los grandes temas de teatro cubano. José Antonio Ramos, Virgilio Piñera, Rolando Ferrer y José Triana, lo abordaron en obras memorables. A fines del siglo XX, Salvador Lemis lo recupera en una pieza que bebe de esas fuentes y al mismo tiempo nos recuerda, desde concepción de los personajes y el lenguaje, al Alfred Jarry que puso patas arriba el teatro en occidente con la creación del Padre Ubu.
Confinada en medio de un zoológico, la familia que Lemis retrata repite el antiguo ritual de las comidas, aun cuando tres tazas de trigo son único y eterno menú. El padre, vigilante nocturno y cazador de animales, impone su régimen dictatorial y no admite discrepancias de ningún tipo. Rebeldes a esa imposición, madre e hijo se evaden en sueños e intentan un equilibro imposible. La madre vuela afuera cada noche y trae regalos que son a un mismo tiempo confirmación y negación de un más allá. El hijo tiene pesadillas y desea partir: conocer otro zoológico, estudiar una licenciatura en cinismo. Su deseo lo lleva a escribir una pieza de teatro sobre su propia vida. La obra se mira a sí misma, funciona como un texto trampa, es serpiente que muerde su última acotación.
Farsa trágica con incesto y antropofagia, Tres tazas de trigo (1993), de Salvador Lemis, presenta esperpentos en medio de un gran guiñol, personajes que, como aquellos de La Vitrina, de Albio Paz, mueren y resucitan. El escenario remeda el ambiente doméstico del drama burgués, esta vez rodeado de cocodrilos, hienas, rinocerontes. Ionesco es también una presencia. La lógica se quiebra una y otra vez. La obra deviene carrusel en el que giran infinitamente las aspiraciones e insatisfacciones de la calamitosa familia. El “drama astral” propone un estallido definitivo de los valores. La ternura y la justicia desaparecen ante la crueldad aprendida. La educación sentimental muestra su herida y una sola lágrima lleva irremediablemente al melodrama. Los personajes se saben actores y entregan su cuerpo en holocausto sabiéndose esclavos de una trama circular, prisioneros de un laberinto. La parábola, tan cara a nuestra escena, abre las significaciones posibles, la pieza deviene espejo de la barbarie en una época de grandes crisis globales, grito de alerta que advierte sobre la necesidad de refundar una y otra vez la utopía.


PAISAJE DESPUÉS DE LA BATALLA
Con La violación (2004), Reinaldo Montero recupera el tono íntimo del teatro de cámara y entregar una pieza amarga. Tres amigos se encuentran luego de mucho tiempo, recogen a una mujer en la calle y la llevan a la casa de uno de ellos con firme intención de violarla. La mujer se resiste y no se resiste, es un enigma, un fantasma, un catalizador. El acto mismo de la violación se posterga a medida que se van develando diversos momentos del pasado común de los amigos. Reaparece aquí la idea, presente en varias obras de este autor, del hombre enfrentado a sus propios temores y al otro.
La obra, emparentada en cierto modo con la dramaturgia de Jean Paul Sartre, propone a un diálogo existencial y doloroso. Una tras otras van cayendo al suelo unas máscaras que ocultan la frustración ante una vida inútil, sin expectativas, sin futuro. El deseo, el poder, la obsesión por el eterno femenino, el vacío que anula, las pequeñas acciones que no son más que rutina y desesperanza afloran a cada paso. La preocupación por el pasado, por aquello que debimos ser y que se escapó sin que nos diéramos cuenta, es tema principal al interior de una pieza de personajes que exhiben el fracaso como un artículo de colección.
Hay en esta obra un cambio de signo o más bien un regreso a un sistema que el autor ya había trabajado antes en Aquiles y la tortuga. Personajes que compiten entre sí, sin definir una meta precisa, voces dispersas, infinitas palabras no dichas, pequeños actos cotidianos y vacíos. La violación habla indirectamente de la violencia de una circunstancia que aprisiona y aniquila, es antes que la presentación de personajes bien definidos e individuales, la exposición de un ser coral, alegoría del hombre que pierde el rumbo en medio de la tormenta.
Como en las obras de Chejov, aparece aquí una reflexión sobre el contexto, que repite con otros mecanismos una misma estrategia. Montero genera siempre una condición o atmosfera extrañante, que obliga a una lectura en profundidad. La obra es representación de un mundo en el que, una y otra vez, se representa, copia de la copia que permite mirar más allá de lo inmediato.


TEATRO Y TESTIMONIO
Las obras de Ulises Rodríguez Febles abordan temas de la más reciente historia de la Isla que han sido poco tratados en nuestro teatro, de ahí que el valor inicial de su dramaturgia este dado por la posibilidad de presentar, desde una mirada actualísima, conflictos que han marcado la vida de generaciones de cubanos. Basada en los conflictos intrafamiliares y sociales resultantes del la decisión de abandonar Cuba de forma definitiva en medio del proceso revolucionario, Huevos (2005) propone una mirada a la historia en el que se contrastan los distintos puntos de vista de cada una de las generaciones.
Oscarito quien fue llevado por sus padres a los Estados Unidos siendo un niño, regresa a Cuba en medio de la crisis económica de los 90 y devuelve a Eugenio los huevos lanzados por él a su familia en el año 80. La venganza obliga a revivir una época de fuertes confrontaciones e intolerancia. La pieza alterna pasado y presente, presentando acciones que marcaron para siempre a la familia cubana. Los hechos más que debatidos son presentados en una suerte de teatro testimonio que intenta atrapar el punto de vista del individuo en tanto actor de los procesos históricos.
Experimental desde la escritura misma que resalta, a partir de uso de fuentes de diverso tamaño, los sentimientos y estados de ánimo de los personajes en cada una de las situaciones, Huevos conjura los extremismos de una época pasada al tiempo que nos presenta la huella de esos sucesos en la biografía y la experiencia sensible de los implicados. Memoria, es aquí un perro invisible que ronda a los personajes y que deja oír sus ladridos recordando la necesidad de debatir con absoluta transparencia esas zonas álgidas de la historia revolucionaria, debate que obviamente corresponde a los cubanos y no a quienes se aprovechan de las heridas ajenas para justificar injerencias e imposiciones.

2 comentarios:

Salvador Lemis dijo...

Gracias por escoger mi obra TTT!!!!!!!!
Salvador Lemis

Salvador Lemis dijo...

salvadorlemis en Gmail
escríbeme!